lunes, 1 de junio de 2009

Carta a Nuestra Memoria (IV)

Y aquí está la cuarta entrega, con mucho retraso, pero con un nuevo planing bajo el brazo (véase ESTO). Por si alguien se pierde, puede empezar a leer AQUÍ (bajando hasta que veáis la primera).


Desde aquel día, pasé todas las tardes más o menos por el mismo lugar cuando volvía a casa, buscándote para poder descubrir algo más de ti, me obsesioné con tu mirada, y durante un tiempo sólo quise volver a verla, sobre cualquier otra cosa. Ahora que lo pienso detenidamente, era un poco absurdo buscarte: en realidad buscaba esos ojos y un color de vestido, porque no me había fijado en otra cosa. No sabía cómo era tu pelo, ni la forma de tu cara. Pero sabía que tenías un vestido rojo de manga francesa, y unas sandalias blancas de verano, y sabía que en cuanto te viera, sabría inmediatamente que eras tú.

Al octavo día de pasar por allí 'casualmente', tenía tan pocas esperanzas de encontrarte que me concentré en los granitos de arena que saltaban a mi paso. Adoro las coincidencias desde que te conozco, siempre me ha parecido que estaban de nuestro lado, que nos tenían simpatía, y así fue como te vi por segunda vez: tú me encontraste a mí.
Sentí que un hombre me llamaba dándome un toque en el hombro y diciendo 'perdona'con voz ronca. Al darme la vuelta, lanzando al aire con desgana una pregunta sin vocales llena de emes y haches, me encontré con tus ojos y los míos se abrieron de golpe, mientras que tú, muy tranquila, sólo sonreíste.
No podía apartar mi vista de ti, y esta vez me cuidé de recordarte bien: tus facciones suaves de mandíbula cuadrada, tus pómulos altos y rosados, la nariz con la curvatura perfecta y terminada en esa puntita redonda que tanto me gusta, los labios gruesos y delicados que estaban dibujando una sonrisa sólo para mí, el pelo moreno y rizado recogido en una desordenada coleta que caía sobre tu hombro derecho, dejando ver el cuello fino... todo. El chico que te acompañaba, volvió a dirigirse a mí algo impaciente:
-Perdona...
Giré rápido mi cabeza hacia él, esperando que no se percatara de que te estaba mirando.
-¿No tendrás un mechero? - dijo él, amable.
Negué con la cabeza, incapaz de decir nada. Yo aún no fumaba, eso también fue cosa tuya.
Él empezó a alejarse diciendo un 'gracias' fugaz. Mis ojos lo veían todo muy rápido y mi cerebro lo procesaba todo muy lentamente. Cuando me di cuenta de tu lejanía, de que podía no volver a verte, reaccioné.
-¡Eh! ¡Espera! -los dos os girasteis hacia mí -¡Dime cómo te llamas!

Os acercasteis el par de pasos que os habíais alejado. Tu acompañante, sin entender nada, levanto una ceja. Tú, que entendías algo más, sonreíste sin decir nada: te parecía divertida la escena. Él frunció el ceño y dijo con una mezcla de curiosidad y mosqueo:
-Pablo, ¿por qué?

Juro que pocas veces he pasado más miedo por un dolor físico que entonces.Pablo era un chico de un metro noventa y pico, con los hombros tan cuadrados como a un ser humano se lo permiten las leyes de la naturaleza; y yo sólo era un escuálido chico quince centímetros más bajo que él y sin ningún valor. Y me estaba interesando por su novia en sus narices. Ya te he dicho que solía pensar mucho, y en ese momento, mi razonamiento fue el siguiente: "si digo que él no me interesa, probablemente acabe comiéndome la arena que acabo de pisar. Si lo dejo así, se irán y yo no sabré el nombre de ella nunca. ¿Merecerá la pena?". Mis pensamientos estaban a punto de entrar en un círculo sin salida cuando tú, por primera vez, me sacaste de un apuro.

-Yo soy Alba, su hermana.

Sentí cómo el aire volvía a mis pulmones tras una larga ausencia y solté una carcajada, tal vez fuera una carcajada nerviosa, pero carcajada fue. Tú me acompañaste de un modo más suave. Pablo seguía sin comprender del todo, nos miraba primero a uno y luego a otro; sabiendo ahora cómo era, estoy casi seguro de que sospechó más o menos qué pasaba, sin mucho margen de error para equivocarse. Cuando al fin me calmé, pude hablar:
-Me llamo Jaime. Bueno, así sólo me llaman mis padres, el resto del mundo me llama Yin. Y... no estoy loco. Sólo me gusta saber el nombre de la gente que me pide cosas -me di cuenta de pronto de que había hablado mucho y muy rápido, así que me callé, avergonzado.
-A-já -dijo tu hermano, con lo que yo interpreté vergüenza ajena -nosotros nos íbamos, ¿eh?
-Entiendo. Yo también. Y, sólo por si queréis pedirme algo más, paso por aquí todos los días, sobre las 4 y las 9 de la tarde.

Sonreí y me di la vuelta deseando que la tierra cobrara vida, una vida con dientes, sólo para tragarme. También me hubiera servido que el lago hubiera decidido moverse para ponerse a mis pies, y caer en él para morir ahogado.

Aunque, a decir verdad, hoy agradezco que no lo hicieran. Me gusta cómo he vivido mi vida.

1 comentario:

Arlekín Negro dijo...

Me gusta. Me gusta bastante, aunque me ha hecho sentir vergúenza. Siempre que leo o veo cosas embarazosas siento una terrible vegúenza ajena que me hace apartar la mirada de la pantalla.

Cuantas veces identíficado con el final.

Sigue escribiendo =)