miércoles, 13 de enero de 2010

Elige una manada.

No me gusta la gente artificial. No es que no me guste la artificialidad, yo disfruto de ella día a día; ahora mismo, para escribir estas líneas, estoy utilizando el símbolo máximo de lo artificial hoy en día: el ordenador.
No, no es que esté en contra de lo artificial. Pero sí estoy en contra de mezclar, mejor dicho: de interponer la artificialidad con lo natural. Quiero decir, que si un bosque es bosque, no hace falta meterle una máquina para que sea más bosque, pero tampoco hace falta ponerle una maceta para que sea más natural. Y así, digo que si una persona es persona, es persona porque ésa es su naturaleza, no hace falta nada más: ni maquillajes estrambóticos, ni tintes antinaturales, ni ropa que realce nada, ni si quiera una personalidad inventada.
A veces se nos olvidan estas cosas, sobre todo el último punto. Es cada vez más humano eso de ajustar pensamientos, ideas, moralidad, forma de actuar y apariencia física a lo del resto para ser aceptados naturalmente. A mí esto se me hace extraño. Que una persona joven tenga que agujerearse y pintarse el cuerpo entero, que tenga que decir lo que no quiere decir porque no lo piensa realmente, que tenga que vestirse de una forma determinada para no ser llamado raro por sus semejantes… me asquea un poco; pero me asquea un poco más todavía que todo eso se haga pensando que se hace porque se quiere, ¿en serio?
Vuelvo a aclarar: no estoy en contra de los tatuajes, ni de los piercing (yo tengo ambos), ni del maquillaje (lo uso cuando me apetece verme más guapa de lo normal), pero me jode que eso se enmarque y se relacione con una forma de ser, una forma de pensar: si llevo ropa negra, soy gótica; si un día me pongo unos pantalones anchos, rapera; si me apetece hacerme la raya del pelo al lado, soy pija… y entonces no puedo pensar. Es como si un muro invisible se elevara alrededor del pensamiento sólo por no desentonar con lo que nos rodea. Pero seguimos sin entender que no hace falta nada de eso. Que no nos hace falta tener una etiqueta en la espalda escrita a fuego para ser parte de la sociedad. Somos parte de la sociedad por el simple hecho de nacer, porque somos personas, porque tenemos la capacidad de razonar, de elegir, porque somos libres. Y, sin embargo, cada vez somos menos libres precisamente por esto. Cada vez somos menos humanos, pero más humanos somos cuanto menos humanidad demostramos, cuanta más artificialidad incluimos en nuestro ser.

A este paso, llegaremos de verdad al punto de hablar con gruñidos. No nos hará falta expresar en voz alta lo que queremos decir, porque el que está a nuestro lado ya sabrá a lo que nos referimos por el simple hecho de que piensa exactamente igual. El único esfuerzo que tendremos que hacer será el de buscar una manda siendo un crío, no descarrilar nunca, ceñirse a lo que somos y serlo durante todos los días de nuestra vida. Para mí, eso ya no será vivir, ni si quiera sobrevivir… será subsistir, simplemente.

Una vida sencilla, sin decisiones que tomar, sin puntos de vista que debatir, sin discusiones, sin sabiduría, sin nada más que aprender nunca… sin diversión.