domingo, 5 de julio de 2009

Genio(s).

Esta semana pasada devoré un librito de Eduardo Galeano cedido por mi bibliotecaria personal: Kira, mi cuñada.

Se llama El Libro de los Abrazos y es una delicia. Consta de varios relatitos cortos y cuentitos que agarran el corazón y lo espachurran. Me está creciendo el amor hacia los escritores latinoamericanos de mediados del siglo pasado, tienen un no sé qué que hacen que al leer lo sientas todo con el triple de intensidad. Marcados por los constantes abusos de poder por parte de dictadores y militares en sus patrias, se palpa el ansia de libertad en sus palabras y la incesante búsqueda del lado bueno de la vida con un optimismo envidiable.
La mayoría de estos poetas (poetas de prosa) fueron exiliados de sus países porque sus ideas no encajaban con los planes que los altos mandos represores tenían para América Latina y no se guardaron de callarlo y meter sus pensamientos en una cajita y dejarlos olvidados en un armario cerrado con candado.

Al leer a Galeano, leer todos los elogios que tiene con otros escritores y otros intelectuales tachados de bobos por las dictaduras, me meto en la piel de cada persona que describe. Lo hago casi sin querer, es una habilidad que a veces es una maldición. Me involucro tanto en lo que me están contando, y más si me lo están contando de una manera tan especial y sentida, que cuando ocurre algo sorprendente, es imposible que no muestre lo que siento. A más de uno esto no le parecerá tan grave, pero cabe añadir que suelo leer cuando voy en transporte público o estoy esperando a aluien en la calle (cogí la costumbre, y leer en casa me parece horrible). El caso es que ir en un vagón de metro hacinado, sentada en el suelo por posar mi trasero en algún lugar, leyendo algo y que, de proonto suelte una carcajada suele provocar muchas miradas curiosas; alguna vez se me ha acercado alguien para preguntarme si me pasaba algo porque estaba llorando con un libro en las manos.
Tampoco puedo evitar sentir envidia. No del que escribe (bueno, también, un poquito), sino de los que son escritos. Derrocha admiración y buenas palabras para todos, y eso también demuestra su humildad. A veces pienso s yo llegaré a hacer algo por lo que ser recordada a gran escala. Es algo que, sinceramente, no me preocupa demasiado, pero a veces tengo curiosidad, sólo eso.

Y ahora, me apetece irme a leer a Cortázar, por seguir en esta línea. Deberíais probarlo (si no lo habéis hecho ya).

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